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Mi segunda novela: La Piedra Filosofal

 

Port Lligat, años cuarenta

25

—Quiero que hagas una cosa por mí —pidió Gala a su amante.

—¿Cuál?

—Quiero que me pintes de virgen María —Dalí dejó escapar una carcajada estridente.

—¿En serio?

—Sí. —Dalí pensó durante unos momentos con los ojos bien abiertos.

—¿Por qué no? Puede ser divertido. Y así haré enfadar a los surrealistas de André Breton.

—No te preocupes por ellos. Tú eres el único surrealista que ha sobrevivido.

—Tienes razón. Se pensaron que me expulsaban del movimiento, y la verdad es que se expulsaron ellos mismos.

—Ya lo sabes. Eran unos burgueses todos.

—Sí.

—Nosotros vamos a hacer algo grande. Tenemos que romper con el materialismo de la época.

—Sí… Freud ya no sirve. No tenía ningún gusto por el arte o la belleza.

—Y también era un machista, pero déjalo. Caerá solo algún día. Nosotros tenemos que mirar el futuro. Tú y yo sabemos que hay cosas enigmáticas más allá. Misterios en el inconsciente. Pero nos ha tocado vivir un mundo de cambio. La racionalidad tiene un límite.

—Sí, el principio de incertidumbre de Heisenberg. Es imposible conocerlo todo.

—Podemos hacer ver que somos católicos, y así obtendremos el soporte de las autoridades franquistas a nuestro museo.

—Me gusta la idea —dijo Salvador.

—Pero tenemos que unir el misticismo con la ciencia. Las dimensiones superiores.

—Puedo pintar un hipercubo, que tiene forma de cruz tridimensional, y le puedo añadir un Cristo, la dimensión mística, el plano espiritual.

—Buena idea —respondió Gala—. Pero yo quiero ser la virgen María —dijo sonriendo.

—De acuerdo. Serás Gala-María-Leda atómica.