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Pensamiento S.XXI

He escrito algo sobre la Guerra Civil Española. Recuerdo cuando tenía 15 años, que engullía unos libritos que se publicaron para concienciar al pueblo español sobre política. Más de treinta años de dictadura franquista habían intentado borrar de la conciencia del público español, a la política. En la transición democrática, antes del golpe de estado simulado del veintitrés de febrero, hecho con el claro motivo de causar miedo y de que las reformas se contuvieran, se publicaron unos libros magníficos, que mi padre había guardado. Aquellos libros hablaban sobre el anarquismo, el marxismo-leninismo, el trotskismo, el concepto de ser de “izquierdas”, el concepto de ser de “derechas”, sobre la base ideológica del fascismo, sobre lo sucedido durante la guerra civil, sobre el socialismo, el liberalismo, la falange, nacionalismos, así como de los distintos partidos y asociaciones políticas que habían formado la reciente historia de España, antes de la prohibición de éstos por parte del dictador Franco.

En segundo de BUP, el mejor profesor que tuve en el instituto, nos había dicho:
La información es poder
Yo había hecho mía aquella frase, y leía cada día el periódico El País que compraban mis padres, y me culturizaba en la historia y las corrientes de pensamiento del S. XX, una asignatura que simplemente, no se daba. Era inexistente en los centros educativos. Lo único que te llegaba, a modo simplista, era que hubieron unos malos muy malos que eran los nazis alemanes, que quisieron sembrar el mundo de caos y destrucción, pero que por suerte, el mundo civilizado se unió, y acabó con la crueldad de los alemanes y de los japoneses. Entonces, las fuerzas vencedoras, los estalinistas y las democracias capitalistas entraron en lo que se conoce como la guerra fría. Después de que la URSS cayese, las “izquierdas” se quedaron sin rumbo, y pareció ser que el capitalismo democrático era la única manera de organizar la sociedad de una forma coherente.

Pero yo leía… y leía… y sigo leyendo…

Me fascinaba lo sucedido durante la guerra civil española. Quizás no ha habido una sola guerra en la historia de la humanidad en donde hayan confluido tantas ideologías distintas. Todas las facciones políticas de la reciente historia de la humanidad se alzaron en armas en suelo español, antes de la última Gran Guerra. Evidentemente, España fue solo un teatro de fuerzas que se peleaban en territorio internacional. Pero allí pasó algo. Un germen que tanto Comunistas-estalinistas como Fascistas-capitalistas machacaron a la primera ocasión. Estoy hablando del anarquismo colectivista. Nunca en la historia reciente de la humanidad, un país desarrollado se había empezado a organizar en forma de cooperativas autogestionadas como lo hizo la Catalunya de la guerra civil. No voy a hacer una apología de aquel anarquismo, pues no soy anarquista – además, los dirigentes anarquistas de aquel periodo se comportaron en realidad y en la práctica como verdaderos fascistas-. Lo que quiero remarcar es que aquel nuevo movimiento arrancó con mucha fuerza en Catalunya, y se encontró rápidamente aplastado entre el comunismo centralizado y autoritario estalinista(o otra forma de fascismo encubierta) y el fascismo-capitalista internacional.

Yo leía y leía, me culturizaba, pero siempre encontraba que faltaba algo en el conocer humano. Y curiosamente, aquel algo era lo más importante de todo conocer humano. El conocer la naturaleza del hombre. Las discusiones sobre política, y como se tenía que organizar la sociedad eran estériles, fútiles, superficiales, si no se tenía en cuenta al hombre como lo que era: un hombre –me refiero a la especie humana en general, hombre y mujer, pues no hay una palabra que aglutine los dos sexos en que se divide la especie humana en sí-.

Éste es el dilema del ser humano en el S. XXI. Una vez el positivismo se ha visto inútil para llevar la felicidad a los hombre y mujeres, desembocando en una crisis mundial –económica, de valores, y de respeto hacia las instituciones en general-, ha llegado el momento de sentarse, y reflexionar sobre lo que estamos haciendo como individuos, cuales son nuestras creencias, si son válidas para nuestro día a día, o son un producto de la educación que hemos recibido, y la gran pregunta: ¿Qué queremos? cobra especial relevancia en el ser humano del momento actual.

Pero claro… como en todo cambio, las antiguas recetas y dogmas… no sirven. Solamente la gente que es capaz de pensar por sí misma tiene alguna idea al respecto…

La Guerra Civil Española

Hay conflictos bélicos de los que a veces no se tiene en cuenta a nivel internacional toda la trascendencia que tuvieron, y éste és el caso de la Guerra Civil Española. Voy a explicar de manera breve en que consistió, por si hay algún chico joven o alguna persona que no sea originaria de España que lo desconozca. Después de más de ochenta años del alzamiento militar fascista contra una república constituida democráticamente en España, este conflicto armado que fue el preludio a la Segunda Guerra Mundial todavía levanta no pocas pasiones. Se han escrito muchos libros sobre esta guerra, y todavía se escribirán muchos más. Yo no soy historiador de profesión, así que solo quiero esbozar unas trazas de lo que se sabe comúnmente, añadiendo también alguna información personal conseguida directamente de mi familia.

Cataluña és una región al este de la península ibérica que se diferencia de otros territorios porqué habla su lengua, el Catalán, una lengua románica como lo son también el Italiano, el Castellano, el Francés o el Portugués. A finales del S.XIX y principios del XX hubo un movimiento artístico y cultural en Cataluña que se conoció como La Renaixença. De hecho, es un movimiento Romántico que deriva directamente del Romanticismo que ayudó a fundar el poeta alemán Ghoete. ¿Por qué se llamaba aquel movimiento artístico y político lo que se podría traducir como la vuelta a nacer? En parte porque el catalán había estado prohibido desde hacía unos ciento cincuenta años, desde que el rey absolutista Felipe V pudo, después de la guerra de sucesión, entrar dentro de las murallas de Barcelona en el año 1714. La población catalana se vio privada de su lengua en los organismos estatales y de su autogobierno y legislación que ésta había mantenido desde la unión de reinos que devino España poco antes del descubrimiento de América. Pero la lengua perduró en la cultura popular, hasta que encontró el camino propicio para volver a los libros y a la política en La Renaixença. Un movimiento que desemboca en su cúspide en las orgánicas construcciones arquitectónicas de Gaudí que actualmente reciben cada año a millones de turistas internacionales en Barcelona, en el modernismo.

El presidente del gobierno catalán que se pudo reconstituir en la República Española, Lluis Companys, declaró el Estado Catalán en medio de no pocas turbulencias sociales y políticas, casi dos años antes del Alzamiento Fascista que provocó una masacre entre hermanos que hacía mucho tiempo no se veía en territorio ibérico. Un conflicto en el que, como ustedes sabrán, ganó el fascismo, estableciendo una dictadura militar en el territorio español que duraría hasta 1976. El fascismo pero, no estaba solo. Hitler estaba en el poder en Alemania desde 1933, y Mussolini había creado de Italia el primer estado fascista en el 1925. Estados que abiertamente ayudaban a Franco, suministrándole armamento, artillería pesada y aviación en esta sanguinaria contienda. Incluso la Luftwaffe de Hitler bombardeó la ciudad de Guernica, en unas maniobras de entrenamiento en conflicto real del ejército que planeaba la invasión terrestre de toda la Europa Libre. Unas “maniobras” que inmortalizó Picasso en su cuadro que lleva el nombre de la cruelmente arrasada ciudad. Ésto lo sabían los gobiernos de los países más poderosos elegidos democráticamente de Europa: Francia e Inglaterra. ¿Por qué se negaban a ayudar a la España democrática, cuando en el escenario de la Segunda Guerra Mundial habían ya empezado los tiros? Para encontrar la respuesta adecuada, creo que hay que remontarse hasta el final de la Primera Guerra Mundial. En el Tratatado de Versalles que impusieron los aliados a Alemania. Un tratado de paz impuesto por los aliados vencedores que obligaba a Alemania a perder todas sus colonias y muchos de sus territorios en una contienda que se había generado para éso, para el control de las ricas colonias de las potencias europeas. Un tratado en el que además, los vencedores impusieron a la desgastada Alemania pagar los costes de los endeudados gobiernos Francés y Británico. Unos costes que incluso el economista Keynes admitió que era técnicamente imposible que los pagase sólo la población alemana. El obvio e inevitable impago de la deuda que tenían contraída los estados vencedores con los Bancos Privados que habían financiado la guerra que se llevó más de ocho millones de víctimas, generó una crisis de deuda que reventó la burbuja especulativa que corría en los años veinte. El crack de la bolsa del 1929 puso fin a la época de bonanza económica posterior a la Primera Guerra Mundial, precipitando los acontecimientos que hicieron que una Alemania deprimida y humillada internacionalmente, que veía en carnes propias el desastre de la hiperinflación derivada de usar una máquina de imprenta para intentar hacer dinero, viera en Hitler a su héroe salvador.

Así pues, teníamos en 1936 a unas potencias democráticas libres subyugadas todavía por la deuda que contrajeron con los bancos privados para sufragar la sangrienta contienda que conocemos como la Primera Guerra Mundial, que todavía arrastraba como una cadena de presidiario a los gobiernos elegidos democráticamente. Las evidencias luego saltaron por sí solas. Francia e Inglaterra no querían entrar en la guerra porque estaban arruinadas. Sus fracasos militares tan solo empezar la contienda lo demostraron, y hubiesen quedado en manos Nazis, de no ser por la entrada en el conflicto de los Estados Unidos.

Hitler, una vez en el poder declaró nulo el Tratado de Versalles. Nunca pagó los costes de la Primera Guerra Mundial, ayudó a constituir otro estado fascista en el sur de Europa, y comenzó con la anexión de los territorios que antes habían pertenecido a Alemania. Con la invasión de Polonia, los gobiernos Francés y Británico no tenían más excusas que dar a su población y declararon formalmente una guerra que llevaba más de tres años realizándose en Europa.

Una guerra en la que los fascistas imponían a la fuerza sus idearios a una República Española que sólo tuvo la ayuda internacional de unos 10.000 voluntarios de veinticinco países distintos que llegaban a España con el ideal romántico de luchar por la libertad, y se encontraban ante su frustración, con que no había armas con las que hacer frente al enemigo. Mientras por otro lado, la flagrante aviación de Hitler bombardeaba las ciudades. Completó el desaguisado Republicano el hecho de que sólo la Unión Soviética ayudó al Partido Comunista Español, que luchaba en el bando Republicano, con una simbólica ayuda.

Al desatarse la Guerra en España, la barbarie trajo más barbarie, y el caos político que había estado parcialmente controlado los últimos años se transformó en un polvorín donde los ajustes de cuentas y asesinatos estuvieron al orden del día, amparados por el vacío gubernamental. Las tensiones entre clases sociales también aprovecharon el conflicto para tomarse sus venganzas, y cada uno hacía su lucha particular en una guerra que estuvo perdida de antemano. La defensa de la República Democrática se encontró además, con la Revolución Comunista o de socialismo autoritario, y otra de obrera, pero antagónica, la Revolución Anarquista colectivista, que hicieron del territorio ibérico un potpurrí ideológico que dejaba desconcertados a los Brigadistas Internacionales que ya no sabían por que luchaban, como plasma Ken Loach en su film Tierra y Libertad, basado en la experiencia personal de George Orwell.

Así se sucedían los asesinatos de curas en las curvas de La Rabassada, y una alocada Revolución Anarquista de corpúsculos de fanáticos, que llegaban a los pueblos y mataban a los empresarios.

En Cadaqués por ejemplo, llegó un grupo de estos anarquistas que mató a los dueños de la fábrica de conservas de anchoas del pueblecito, y a sus hijos pequeños también.

-Estos anarquistas nos harán perder la guerra. – Decía mi abuelo regularmente durante el conflicto, que no terminó fusilado porqué era médico.

Y lo cierto es que aquellos anarquistas no se dieron cuenta de que las guerras se ganan primeramente de forma mediática, y que ellos estaban realizando la más pésima de las publicidades en beneficio de su causa –la libertad– pues cada vez eran más, los que se pasaban al bando fascista ante tales aberraciones.

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