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Los mundos mentales

En mi otro blog de filosofía teoricé sobre las dimensiones quinta y/o superiores, exponiendo el estado de las distintas ciencias que topan con innombrables interrogantes y conjeturas. Desde los últimos avances en la física pasando por la psicología, y sin perder la forma de expresión artística, queda demostrado que hay algo que a la racionalidad científica se le escapa por los poros del lenguaje. Intuición, leer entre líneas, emociones diversas… no pueden ser descritas a modo de manual de intrucciones o mediante cálculos matemáticos. En un Universo dinámico no interesa lo que es, sino cómo se mueve, se manifiesta, o desarrolla. El arte visual, la poesía, pueden darnos mejor información sobre las otras dimensiones que el pensamiento racional.

La matriz, el concepto de William Gibson que se popularizó con la conocida saga de películas Matrix, es un ejemplo. Aunque la película vuelve al materialismo, en la idea original del libro se evidencia que el campo de información virtual es una metáfora para designar Esto: las dimensiones superiores. Es nada más y nada menos que el inconsciente colectivo de Jung, el mundo de las ideas de Platón, el mundo de los dioses y los espíritus, al cual se puede llegar en forma de atajo usando drogas psicodélicas, como todas las culturas primitivas de la humanidad conocían. En los años sesenta y setenta surgió el boom de los psicodélicos, que impactaron en las nuevas generaciones de músicos y escritores. Todos conocemos la explosión del rock psicodélico de Jimi Hendrix, pero la literatura también se había pringado en aquel camino, aunque sus frutos no llegaron hasta más tarde. He hablado a menudo sobre Philip K. Dick, pero no había comentado hasta el momento sus experiencias psicodélicas. Philip K. Dick, el genio, llevado a la gran pantalla por los mejores cineastas, directores y actores de cine, tomaba LSD. ¿Y por qué anoto esto? En el fondo da igual la vida privada de los artistas, lo que nos interesa es su legado artístico. Pero en este caso están muy ligadas las dos facetas del escritor de ciencia ficción, pues llegó a afirmar cosas como la siguiente:

Yo no escribo el libro. Hay cosas que escriben por mí.

Pero como muchos en la edad de la inocencia de las drogas, terminó mal. Tomarse psicodélicos a la ligera o como recreación puede provocar un choque que desbarate la integridad mental del individuo. Es conocida también la historia de la denúncia al FBI porque decía que recibía visitas de unos “terroristas” en su casa que querían que introdujese ciertas cosas en sus libros como señales para comunicarse con terceros(hay que leer El Hombre en el Castillo para entender de qué hablo). Él mismo ingresó por su voluntad en un hospital mental, y falleció antes de poder ver la increíble adaptación al cine de Blade Runner.

Y es que.. ¿qué pasa cuando investigamos o experimentamos con los lejanos recovecos de nuestra mente? Muchos no se atreven. Prefieren abandonarse a religiones que desalientan el autoconocimiento como el cristianismo o el judaísmo por un lado, o al racionalismo científico por el otro. Porque como en los pasos importantes en la vida, se necesita valor. De momento voy a terminar con una apreciación del psicólogo Jung: el peligro de adentrarse en los mundos mentales es el de identificarse demasiado con nuestro arquetipo dominante o yo superior. El problema deviene cuando no podemos “volver” al mundo terrenal.

Todo es una cuestión de tempo. Podemos experimentar los mundos mentales, tomar una droga de vez en cuando, pero luego hay que tener claro que aquellos mundos son tan solo una parte de la realidad, que se compone también de la parte física, nuestro cuerpo, con las necesidades básicas de alimentación, hogar y sociabilidad.

 

 

 

 

 

¿Quién manda en los grupos mediáticos?

El sistema de libre mercado deja de existir cuando se crea un monopolio. Una de las tareas del gobierno que dice defender el libre mercado es la legislación y la defensa de una competencia real. Pactar precios, hacer holdings empresariales que controlen la mayoría del mercado es una manera de eliminar la libre competencia perjudicando al consumidor, que deja de poder elegir entre distintos productos o servicios según su criterio. El negocio de la información y la cultura es un sector estratégico para cualquier poder. Y con la crisis se ha evidenciado públicamente que los grandes grupos mediáticos y editoriales dependen de los bancos. Si enciendes la televisión o compras un Best Seller al uso, nunca te vas a encontrar con una crítica bien construida al sistema financiero actual. De hecho, el poder de la banca es tan grande, que ni estudiando la carrera de Ciencias Económicas podrás acceder a una crítica seria o al estudio de alternativas al sistema de Bancos Centrales y Reserva Fraccionaria.

http://www.elconfidencial.com/empresas/2014-04-22/faine-y-botin-exigen-a-lara-vender-activos-del-grupo-planeta-por-su-elevada-deuda_119143/

http://www.larazon.es/detalle_hemeroteca/noticias/LA_RAZON_370009/9992-vocento-dispara-su-deuda-hasta-120-millones-y-aumenta-sus-perdidas#.Ttt1CrmRtSMH6sg

http://www.lanacion.com.ar/1646950-prisa-la-editora-de-el-pais-renegocio-su-deuda-y-preve-vender-activos-en-television

Relato Cristo sobre patines de Charles Bukowski:

(…)
   —Entra —dijo Mason. Era Monster Chonjacki, barbudo, dos metros veinte de altura y 180 kilos. Chonjacki apestaba. Empezó a llover. Se podía oír un camión de carga pasando por debajo la ventana. Eran realmente 24 camiones yendo hacia el Norte. Chonjacki seguía apestando. Era la estrella de los Yellowjacketts, uno de los mejores patinadores a ambos lados del Mississippi, a 25 metros a cada lado.
   —Siéntate —dijo Mason.
   —No hay sillas —dijo Chonjacki.
   —Déjale la silla, Cliff.
   El vicepresidente se levantó lentamente, dando toda la impresión de un hombre que va a tirarse un pedo, no lo hizo y fue a apoyarse contra la gruesa ventana amarilla, observando a la lluvia golpear en el cristal. Chonjacki se sentó, bajó la cabeza, cogió y se encendió un Pall Mall. Sin filtro. Mason se inclinó por encima del escritorio.
   —Eres un ignorante hijo de puta.
   —¡Eh, espere un momento!
   —¿Quieres ser un héroe, eh, hijito? Te excitas cuando niñitas sin un solo pelo en sus coños corean tu nombre?
(…)
   —Esto, nene, es un negocio, no un deporte. No creemos en gente que haga daño. ¿Me explico bien?
   Chonjacki estaba allí sentado, escuchando la lluvia. Se preguntaba si su coche iba a arrancar. Siempre tenía problemas para arrancar su coche en días de lluvia. De todos modos, era un buen coche.
   —Te he preguntado, nene, si me he expresado bien.
   —Oh, sí, sí…
   —Dos costillas partidas. Dos de las costillas de Sonny Wellborne partidas. Es nuestro mejor jugador.
   —¡Espere! Él juega para los Vultures. ¿Cómo puede ser nuestro mejor jugador? Wellborne juega para los Vultures.
   —¡Gilipollas! ¡Nosotros llevamos a los Vultures!
   —¿Que llevan a los Vultures?
   —Sí, lameculos. Y a los Angels y a los Coyotes y a los Cannibals, y a cualquier otro maldito equipo de la Liga, son todos de nuestra propiedad, todos esos chicos…
   —Cristo…
   —¡No, Cristo no; Cristo no tiene nada que ver con esto! Pero, espera, me has dado un idea, idiota.
   Mason se dirigió hacia Underwood, que seguía mirando la lluvia por la ventana.
   —Es algo que hay que pensar —le dijo.
   —Uh —dijo Underwood.
   —Deja de pensar en tu polla, Cliff, Piensa en esto.
   —¿En qué?
   —Cristo en patines. Tiene posibilidades ilimitadas.
   —Sí. Sí. Podemos enfrentarle con el diablo.
   —Eso es bueno. Sí, el diablo.
   —Podemos incluso hacer algo con la Cruz.
   —¿La Cruz? No, ya hay bastante tomate.
   Mason se volvió hacia Chonjacki. Chonjacki seguía allí. Se sorprendió de verle. Si se hubiera encontrado con un mono allí sentado, se hubiera sorprendido menos. Mason había visto muchas cosas. Pero no era un mono, era Chonjacki. Deber, deber… todo por el alquiler, un pedazo ocasional de culo y un entierro en el campo. Los perros tienen pulgas, y los hombres problemas.
   —Chonjacki —dijo—, por favor, déjame que te explique algo. ¿Me escuchas? ¿Eres capaz de escuchar?
   —Estoy escuchando.
   —Esto es un negocio. Trabajamos cinco noches a la semana. Salimos en televisión. Alimentamos familias. Pagamos impuestos. Votamos. Compramos papeletas de los jodidos policías como cualquier otro. Sufrimos dolor de muelas, insomnio, enfermedades venéreas. Nos gusta celebrar la Navidad y el Año Nuevo como todo el mundo. ¿Entiendes?
   —Sí.
   —Incluso, a veces, nos deprimimos. Somos humanos. Yo incluso, a veces me deprimo. Algunas veces me siento como si llorara en medio de la noche. Tan cierto como el infierno que me sentí llorar la pasada noche cuando le rompiste dos costillas a Wellborn…
   —¡Me estaba puteando, señor Mason!
   —Chonjacki, Wellborn no tocaría un pelo del codo izquierdo de tu abuela. Él lee a Sócrates, Robert Duncan y W.H. Auden. Ha estado en la Liga cinco años y no ha causado el suficiente daño físico para molestar siquiera a una vieja beata…
   —Me estaba atacando, me acosaba, me estaba gritando…
   —Oh, Cristo —dijo Mason, dulcemente. Puso su puro en el cenicero—. Hijo, no te lo he dicho. Somos una familia, una gran familia. No nos hacemos daño entre nosotros. Nos hemos conseguido la mejor audiencia subnormal de todos los deportes. Hemos reunido a la mayor masa de idiotas vivos que nos meten el dinero directamente en nuestros bolsillos. ¿Te das cuenta? Hemos sacado al clásico idiota de la lucha profesional, de Me gusta Lucy, y de George Putnam. Lo tenemos en nuestra manos, y no creemos en cualquier intento de maldad o violencia por parte de nuestros chicos. ¿Cierto, Cliff?
   —Cierto —dijo Underwood.
(…)
   —Ahora, mira, chico, aquí tenemos una regla general, que es… ¿Estás Escuchando?
   —Sí.
   —…que es: Cuando alguien en la Liga hace daño a otro jugador, queda fuera del juego, fuera de la Liga; de hecho, desaparece como jugador, entra en la lista negra de cualquier torneo en América. Y puede que en Rusia y China y Polonia también. ¿Te metes esto en la cabeza?
   —Sí.
   —Ahora vamos a dejarte pasar esto porque hemos gastado mucho tiempo y dinero en fabricarte. Eres el Mark Spitz de nuestra Liga, pero podemos barrerte igual que ellos pueden barrerle a él, si no haces exactamente lo que te digamos.
   —Sí, señor.
   —Pero eso no quiere decir que te tumbes de espaldas. Tienes que actuar violentamente sin ser violento. ¿Te enteras? El truco del espejo, el conejo fuera del sombrero, el túnel lleno de boloña. Les encanta ser engañados. No saben la verdad, pero tampoco quieren saberla, les hace sentirse desgraciados. Nosotros les hacemos felices. Y conducimos coches nuevos y mandamos a nuestros hijos al colegio. ¿Cierto?
   —Cierto.
   —Está bien, lárgate echando leches de aquí.
   Chonjacki se dispuso a marcharse.
   —Y, chico…
   —¿Sí?
   —Date un baño de vez en cuando.
   —¿Qué?
   —Bueno, a lo mejor no es de eso. ¿Usas suficiente papel higiénico cuando te limpias el culo?
   —No sé. ¿Cuánto es suficiente?
   —¿No te lo dijo nunca tu madre?
   —¿El qué?
   —Te limpias hasta que no veas más mierda.
   Chonjacki se quedó allí de pie, mirándole.
   —De acuerdo, puedes irte ahora. Y, por favor, recuerda todo lo que te he dicho.
(…)

Bukowski, El Sur de ningún Norte, 1973

 

¿Por qué cambian los títulos?

Todos sabemos que muchos libros y películas tienen distintos títulos al traducirlos del inglés al castellano. ¿Por qué sucede esto? ¿Tan diferentes son las culturas, los pueblos, que hay que cambiar el eslogan, la frase visible que nos informa sobre el contenido de la obra? Un título es algo especial, es el resumen del resumen. Da información sobre lo que nos encontraremos, al mismo tiempo que se busca el efecto impactante para captar la atención del público. El público, esta masa amorfa de gente que para las grandes editoriales o productoras solo significa una cosa: dinero. El título de una obra es parte de la obra, y cambiarlo porque alguien en el gabinete de una editorial piense que así llegará mejor al público local, sencillamente es una falta de respeto a las personas que han intervenido en la creación de dicha obra. Voy a poner el ejemplo de un libro de Charles Bukowski; El Sur de ningún Norte. No, no hagáis el esfuerzo de buscar este título en google, porque no lo vais a encontrar. Aunque si buscáis South of no North sí que lo vais a encontrarY si os cuesta leer en inglés, tendréis que buscar en google: Se busca una mujer.

De aquí llegamos a la conclusión que los editores españoles tienen un concepto sobre su público como un poco más simple y primitivo que los editores americanos. Se busca una mujer es el título de uno de los relatos que nos encontraremos en El Sur de ningún Norte, junto a perlas de la literatura moderna, metáforas de nuestra sociedad, y demás relatos de los fondos urbanos que Bukowski conocía bien.

Pero también se podría interpretar el cambio de título por la consideración de que el público español tiene problemas para entender las metáforas, así como el juego con los opuestos arriba-abajo, Norte-Sur… Tiran más dos tetas que dos carretas: éste es el mensaje que el público español está preparado para consumir, según la editorial.

Podría poner ahora el ejemplo del libro que comenté en este post: El hombre en el castillo. Tengo que decir que nunca me atrajo este título, y me costaba entender su significado. Y el otro día me encontré con la sorpresa de que el título original es: El hombre en el castillo elevado. Entonces todas mis dudas se desvanecieron al instante, y comprendí la totalidad de la obra. Otra vez, las editoriales españolas creyeron que el público español solo sabe arrastrarse por el suelo incapaz de ver las alturas, lo que nos lleva a la inevitable conclusión de que el mundo editorial simplemente navega en el Sur de ningún Norte.

Y si queréis encontrar el Norte entre el meollo cultural de la actualidad, leed el relato Cristo sobre ruedas del libro Se busca una mujer. Yo no lo publico aquí porque me crujen a demandas judiciales sobre derechos de autor aunque el pobre Bukowski esté ya fiambre, porque esto sí que lo saben hacer las editoriales: criticar la difusión del arte, Internet, y las nuevas tecnologías…

 

 

Aventuras de un outsider en el negocio del libro 1

Ya está. Terminé mi primer libro. Horas y horas repasando, atando cabos sueltos en la trama, modificando el estilo de algunas frases, y al final, tengo mi novela. El aislamiento del mundo exterior que necesita el escritor, separarse por unos meses de la vorágine de la sociedad frenética del s.XXI para dejar espacio a la mente creativa y artística, también llegaba a su fin. Ahora tocaba enviar el manuscrito a las editoriales. Mi anterior trabajo no tenía nada que ver con el mundo de los grupos editoriales, así que no sé muy bien por donde empezar. Busco un poco de información en Internet, y doy con que la mejor manera que tengo para mostrar mi obra es enviar un e-mail a las editoriales con una breve presentación. Busco siete editoriales, y les mando el manuscrito pidiendo amablemente su valoración. Pero yo sé que todo se puede mejorar, y aprovecho la espera para realizar otro repaso exhaustivo a mi obra, al mismo tiempo que publico algún que otro capítulo en mi blog para promocionarla, y sigo investigando sobre el misterioso mundo editorial. Descubro entonces que hay la llamada crisis del libro. Resulta ser que las ventas han bajado, muchas librerías han cerrado, y las editoriales pierden dinero a raudales. Leyendo ciertos artículos en Internet, descubro que la culpa es precisamente de las nuevas tecnologías, del libro electrónico, y de la piratería.

Modifico un poco mi libro, añado capítulos, elimino ciertas cosas, y al cabo de unos meses recibo un e-mail de un editor:

Nos parece interesentante su obra, pero no encaja en nuestra linea editorial.

Al cabo de unos días, recibo otro e-mail de una editorial alternativa:

Hemos estado valorando la posibilidad de publicar su obra, pero al final hemos decidido descartarla. Uno de los factores que ha influenciado en nuestra decisión es que usted ha publicado demasiados capítulos en su blog. Esto conlleva un problema con la piratería.

Yo, a medias entre la alegría de que alguien pudiese estar dispuesto a publicar mi obra, y la incomprensión por las razones de su rechazo final, contesto el e-mail educadamente, dando las gracias por haber realizado el esfuerzo de leerla, pidiendo alguna aclaración más al respecto de su decisión. No recibo respuesta. Quien me responde es otra editorial, que me comenta que tiene demasiados libros por leer y que lamentándolo mucho, no va a valorar mi obra. Otra me contesta que tienen cerradas las publicaciones hasta 2016.

Ahora mi novela está repasada y mejorada, y descubro por Internet la posibilidad de la autopublicación. El avance de la tecnología ha permitido abaratar costes en la producción de libros, y encuentro una editorial que me realiza un diseño de la portada, me gestiona los trámites burocráticos que desconozco, y me imprime unos pocos ejemplares, todo a un precio razonable. Ya que decidí escribir, pienso que no está de más realizar una pequeña tirada con lo que queda de mis ahorros para así poder promocionar mi obra. Contrato el servicio con la editorial, y me envían una maquetación del interior para mi valoración. Ante mi sorpresa, me presentan un libro enorme con letras para ciegos y unos márgenes dignos para tomar apuntes. Su propuesta ocupa el doble de páginas de las que yo había calculado, lo que encarece la impresión. Entonces me levanto, agarro uno de mis libros favoritos de Hemingway que tengo en edición de bolsillo, y hago unas pequeñas medidas con una regla. Tomo nota, y envío un correo a la editorial con aquellas medidas. Entonces ellos vuelven a realizar la maquetación interior, me la envían por e-mail, y yo la evalúo. Una sonrisa en mi rostro delata entonces mi satisfacción, y les digo que pa’lante.

En dos semanas recibo en casa los ejemplares que había pedido, y me dispongo a presentar mi obra en las librerías. Hacía tiempo había trabajado de comercial a puerta fría, y no me asusta patearme la calle vendiendo un producto, así que, mando a imprimir unas tarjetas de visita, me corto el pelo, me afeito la barba que llevaban tiempo creciendo descontroladamente, me visto con una camisa, y coloco unos cuantos ejemplares en las librerías del pueblo.

Pero yo pienso a “lo grande”, y decido que mi pueblo es demasiado pequeño. Y la gran urbe cosmopolita de Barcelona se encuentra a tan solo media hora, así que investigo en Internet sobre las librerías que se encuentran en la ciudad para realizar una ruta de promoción. Navego un rato, y doy con la siguiente página de El Periódico.

http://www.timeout.cat/barcelona/ca/botigues/millors-llibreries-culte

Para quien no entienda el catalán, la página da una pequeña explicación de las mejores librerías de culto en la ciudad condal. Navego un poco más, y me encuentro con entrevistas a libreros quejándose por la piratería, crónicas sufridas de los cierres de las librerías míticas, y la explicación de un caso parisino, el de la librería Shakespeare & Company, que abrió sus puertas en el año 1919 apostando por la publicación de autores desconocidos y controvertidos como James Joyce y su Ulises, que en la actualidad es tan solo un punto de parada para el turismo de masas. http://culturadelsoma.com/llibreries-de-barcelona/

Me anoto una cuantas direcciones en una hoja, y decido ir a Barcelona a patearme las llamadas librerías de culto del anterior link.

Entro en +Bernat. Resulta ser que combinan el negocio de los libros con una cafetería, y hay mesas entre los estantes para tomar algo mientras hojeas tus posibles compras. Se ve que ésta puede ser una salida a la crisis del sector, junto al turismo de masas. La encargada es una mujer de unos sesenta años a quien me encuentro amorrada en la pantalla de su ordenador buscando un título a un cliente varón de aproximadamente su edad. Parecen conocerse, y yo decido darme un paseo por la librería. Hay un poco de todo; clásicos, novedades, novela negra, Dan Brown, biografías, libros de bolsillo… ¿por qué será que en todas las librerías hay como mínimo siete libros distintos de un tal Ken Follet bien colocados y visibles? La encargada sigue hablando con su cliente, y yo me acerco un poco.
—¿No tenéis uno que hace una comparación del proceso independentista de la actualidad con lo que se vivió a principios del s.XX? Se ve que son idénticos los dos movimientos —decía el hombre mayor.
—A ver, te lo busco… suerte de los ordenadores, podemos encontrar cualquier libro al momento… esto de la informática es genial. No, todavía no me ha llegado.

Yo ya llevo media hora esperando a que me atiendan, y en un momento de silencio hago un inciso.
—Hola, que he editado un libro, y es por si les interesa ponerlo a la venta —digo con orgullo. La mujer me mira, y luego contesta:
—Sí, un momento.

Su respuesta me da a entender que están dispuestos a tener tratos conmigo, y decido esperar tranquilamente entre los estantes.
—¿Esto es de bolsillo? —Oigo al cliente que pregunta incrédulo a la encargada señalando unos tomos enormes con tapa blanda que difícilmente cabrían en una mochila.
—Sí, esto es de bolsillo —contesta ella.

Siguen hablando los dos sobre las novedades editoriales, y al cabo de veinte minutos, el hombre se despide.
—He traído unos ejemplares del libro, si les parece bien se los puedo dejar en depósito —digo entonces a la encargada. Ella agarra un ejemplar y mira seriamente la portada durante unos segundos.
—Esto no tiene salida.
—¿No vendéis autoeditores?
—No. Luego se quedan los ejemplares por aquí, no sabemos qué hacer con ellos… —Me sorprende el hecho de que no gira ni la portada para leer la pequeña sinopsis de atrás, ni me pregunta nada sobre su contenido. Estaba claro que yo ya no tenía nada más que hacer allí, así que me guardo mi ejemplar dignamente, y doy las gracias a la mujer por su tiempo y amabilidad.
—Pues nada, a vender lo que digan los grupos editoriales. —Ella no responde, y yo salgo de la cafetería.

Tenía otra dirección apuntada de la página de Internet de El Periódico que había estudiado con anterioridad: la librería Laie. Me subo a mi vehículo, y me muevo de l’Eixample Esquerra a l’Eixample Dreta en diez minutos. Cargo unos ejemplares de mi libro en la maleta, y entro en la opulenta librería de Pau Clarís.
—Hola, que tengo un libro editado, y es por si queréis ponerlo a la venta. —Le digo a una chica que se encuentra detrás de un mostrador.
—Es que… la persona que normalmente se ocupa de esto hoy no está…
—¿Qué quiere decir normalmente? Yo dejo los libros en depósito, me firmas el albarán, y ya está. —Le comento resolutivamente.
—A ver, un momento, hago una llamada. —Ella agarra el teléfono, y comenta mi llegada a alguien—. Bueno, puedes pasar, en el fondo del pasillo una persona te atenderá. —Me comenta con timidez.
—De acuerdo, gracias. —Me dirijo hacia donde me han indicado, y me encuentro con un hombre de mediana edad sentado detrás de una mesa y un ordenador.
—Hola, que tengo un libro editado —saco un pack de cuatro ejemplares precintados, y lo dejo encima de la mesa— ¿lo queréis poner a la venta? —Él mira desconfiado el pack y lee la contraportada.
—¿Puedo abrir el precinto?
—Sí, claro. —Él rompe el plástico con una llave, y abre el libro por la primera página mientras mueve la cabeza lentamente hacia los lados. Luego avanza a la mitad del libro, y silenciosamente vuelve a mover la cabeza hacia los lados.
—No te lo puedo coger. La edición es muy mala.
—¿A sí? —Pregunto por curiosidad. Es la primera vez que lo hago con la empresa que me lo ha editado.
—Sí. Esto en nada empiezan a caérsele las hojas. Y los márgenes… no tiene casi márgenes… no puedo vender esto.
—¿Márgenes? Yo tengo libros en casa con estos márgenes. —Él se queda callado unos segundos con expresión de sorpresa.
—Sí… pero esto lo hacían antes… ahora ya no los hacen así. —Sabiendo yo que el formato que había copiado era de una edición del grupo Planeta del año pasado, me doy cuenta en aquel momento que va a ser imposible entablar una conversación mínimamente inteligente con aquel hombre, así que agarro mis ejemplares, le doy las gracias por su tiempo, y me largo de allí.

 

Philip K. Dick II

En su novela El hombre en el castillo, Philip K. Dick nos presenta un mundo paralelo, otra realidad que se ha bifurcado de la conocida por todos nosotros, a partir de la Segunda Guerra Mundial. En su novela ganan los nazis y los japoneses, es decir, el fascismo. Es un ejercicio de ficción, una ucronía, es el nombre técnico que recibe este tipo de literatura. Hasta aquí todo bien, hemos clasificado esta novela en un género narrativo claramente definido que todos podemos distinguir. El problema surge cuando intentamos comprender la totalidad de las referencias, metáforas y parábolas que impregnan la obra, pues si El hombre en el castillo es algo, desde luego que no es nada ortodoxo o definible en unas pocas líneas por los comentaristas editoriales. Voy a hacer yo mismo el esfuerzo de ir más allá en la interpretación de la obra.

a) Esta realidad paralela no es una mera invención del escritor.

b) Se trata de un espejo que muestra aquello que permanece oculto en la realidad que conocemos como habitual.

c) En este espejo reconocemos la dualidad realidad-ficción, vigilia-sueños, consciente-inconsciente, ying-yang.

d) En la realidad paralela que no es nada más que un espejo que muestra el lado complementario, existe un escritor que publica una ucronía en donde la Segunda Guerra Mundial la había ganado Estados Unidos, llamada La langosta se ha posado.

e) Descubrimos de esta forma a través del espejo que quien ganó la Segunda Guerra Mundial fue nada más y nada menos que el fascismo, quedando el nombre del país, el nombre de la ideología en segundo lugar, uniéndose ficción con realidad, la aparencia con la la esencia, en el satori; el conocimiento del lector.

La soledad del corredor de fondo

La soledad del corredor de fondo es un relato de Alan Sillitoe. Narrado en una cruda primera persona descubrimos los pensamientos de un adolescente de un barrio obrero de Inglaterra que ha ido a parar al reformatorio por robar en una panadería. Se le da bien las carreras de fondo, y la política del centro es la de reinsertar a los jóvenes que han quebrantado la ley mediante la dura disciplina de la competición deportiva. Pero nadie sospecha allí dentro que las cosas en la realidad no funcionan como deberían…

»…
No, no les conseguiré esa copa, por más que el estúpido cretino que se retuerce el bigote tenga puestas todas sus esperanzas en mí. Porque, ¿qué significa esa esperanza estúpida?, me pregunto. Trot-trot-trot, slap-slap-slap, sobre el arroyo y bosque adentro, donde es casi de noche y todas las puñeteras ramitas escarchadas se me clavan en las pantorrillas. Me importa un bledo ganar ese trofeo, solo le importa a él. Le resulta tan importante como lo sería para mí si cogiese el boletín de las carreras de caballos y apostase por un jamelgo que ni siquiera conociese, que no hubiera visto nunca y ni puñeteras ganas que tendría de hacerlo. Esto es lo que significa para él que yo gane. Pero yo voy a perder esa carrera porque yo no soy un caballo, y se lo haré saber cuando esté a punto de largarme —eso si no me las piro incluso antes de la carrera. Como que hay Dios que lo pienso hacer. Soy un ser humano y tengo pensamientos secretos y una maldita vida interior que él ni siquiera sabe que está allí, y nunca lo sabrá porque es estúpido. Supongo que esto os hará reír por lo bajinis, que yo diga que el director es un estúpido hijoputa, cuando apenas sé escribir y él al revés, lee y escribe y suma como un puñetero catedrático. Pero lo que digo es la pura verdad. Él es un estúpido y yo no lo soy; porque yo soy capaz de ver dentro del alma de la gente de su clase, y él no ve una mierda en los de la mía. Ambos somos astutos, eso lo admito, pero yo lo soy más. Y al final acabaré ganando aunque me muera en el talego a los ochenta y dos tacos, porque le sacaré más diversión y chispa a mi vida que él a la suya. Lo juro. Se habrá leído miles de libros de cabo a rabo, me imagino, y por lo que sé, incluso habrá escrito unos cuantos él solito, pero estoy segurísimo, tan seguro como que estoy aquí sentado, de que lo que estoy garabateando yo ahora vale mil veces más que lo que él llegará a garabatear nunca.
…«

 

Mi segunda novela: La Piedra Filosofal

 

Port Lligat, años cuarenta

25

—Quiero que hagas una cosa por mí —pidió Gala a su amante.

—¿Cuál?

—Quiero que me pintes de virgen María —Dalí dejó escapar una carcajada estridente.

—¿En serio?

—Sí. —Dalí pensó durante unos momentos con los ojos bien abiertos.

—¿Por qué no? Puede ser divertido. Y así haré enfadar a los surrealistas de André Breton.

—No te preocupes por ellos. Tú eres el único surrealista que ha sobrevivido.

—Tienes razón. Se pensaron que me expulsaban del movimiento, y la verdad es que se expulsaron ellos mismos.

—Ya lo sabes. Eran unos burgueses todos.

—Sí.

—Nosotros vamos a hacer algo grande. Tenemos que romper con el materialismo de la época.

—Sí… Freud ya no sirve. No tenía ningún gusto por el arte o la belleza.

—Y también era un machista, pero déjalo. Caerá solo algún día. Nosotros tenemos que mirar el futuro. Tú y yo sabemos que hay cosas enigmáticas más allá. Misterios en el inconsciente. Pero nos ha tocado vivir un mundo de cambio. La racionalidad tiene un límite.

—Sí, el principio de incertidumbre de Heisenberg. Es imposible conocerlo todo.

—Podemos hacer ver que somos católicos, y así obtendremos el soporte de las autoridades franquistas a nuestro museo.

—Me gusta la idea —dijo Salvador.

—Pero tenemos que unir el misticismo con la ciencia. Las dimensiones superiores.

—Puedo pintar un hipercubo, que tiene forma de cruz tridimensional, y le puedo añadir un Cristo, la dimensión mística, el plano espiritual.

—Buena idea —respondió Gala—. Pero yo quiero ser la virgen María —dijo sonriendo.

—De acuerdo. Serás Gala-María-Leda atómica.

 

Negro Sobre Negro capítulo 7

La camisa blanca con cuadros grandes ligeramente difuminados quedaba estupendo con el cuello alargado que caía por delante, acabando en forma puntiaguda, apuntando hacia los lados a la altura de las clavículas. Reminiscencias funkies de los años setenta que a John le gustaba de recuperar. Esta noche me divertiré, pensó. Había pasado las últimas semanas preocupado. Fue difícil encontrar buena mercancía por culpa de los incautamientos policiales. Un pequeño inconveniente que hacía más peligroso su trabajo, aunque al mismo tiempo lo hacía más emocionante. ¿Y quién era el estado para decidir qué era bueno y qué malo? Hacía tiempo que había dejado de preocuparse por el hecho de vender una sustancia ilegal. La mayoría de gente estaba en contra de su uso. La dictadura de la mayoría; la democracia. No tomes drogas que es malo, cuando empiezas no puedes dejarlo porque es muy adictivo… Todos habíamos recibido la propaganda estatal desde pequeños; el demonio de la droga. La droga ilegal, pues el alcohol se promocionaba por televisión, y los fármacos de la farmacia también. El problema de la adicción lo controlaba bastante bien, pensaba John. Él comprendía los efectos que la droga ejercía en su organismo, y había temporadas en que dejaba de tomar. Entonces se sentía deprimido unos días, pero luego se le pasaba. John terminó de vestirse y un mensaje por wassapp lo sacó de sus reflexiones. Era Charlie. Aquella noche se lo pasarían bien. Salió de la habitación y abrió la puerta del piso. En unos segundos su amigo subía hasta el tercer piso por las escaleras, y se abrazaron fuertemente.
—¿Qué pasa, man?
—Adelante. —Los dos amigos cruzaron el pasillo y llegaron a la habitación de John.
—¿Qué, ya te has gastado lo que me ganaste ayer?
—¡Ja! Sí, me lo he gastado con esto. —John señaló hacia la bolsa de plástico que había encima de la mesa.
—¡Ostia! Jeje… ¿es buena o qué? ¿La has probado ya?
—Sí, un poco mientras la compraba. ¿Quieres catarla?
—¡Vale! —respondió Charlie con un decisivo y breve entusiasmo con toques de forzada indiferencia. John encendió el reproductor y seleccionó un CD antiguo de soul. Luego sacó una tarjeta de crédito que usó como cuchara, agarró un poco de polvo blanco, y lo dejó caer encima de la carátula del CD de Larry Young’s Fuel. La amplia sonrisa del teclista afroamericano proyectaba su felicidad hasta un etéreo contorno visualizado hasta dos centímetros alrededor de sus físicas delimitaciones corporales. Empezó a sonar la primera canción, Fuel for the Fire. Las líneas blancas quedaron como dos pendientes en la oreja de Larry.


Los cantos sensuales de la artista de color acompañaron a los dos amigos mientras se relajaban esperando a que la droga hiciese efecto. Pronto empezaron a bailar y reír, antes de llamar a los colegas. Decidieron quedar en el Bar del Teatro, en el centro del pueblo. El Teatro tenía un patio interior que lo aislaba de su entorno, franqueado por las dos salas que se usaban para actividades culturales. Los chinos se habían hecho con el negocio, y hacían jornadas de diez horas trabajando sin parar. A veces ocurrían problemas de comunicación, pero la dedicación y amabilidad de los camareros terminaba compensando. En El Teatro había una mezcla heterogénea de edades, procedencias y destinos. Fueron llegando Marc, Ivan y Gabi, que se unieron a John y Charlie. Volvía a estar el grupo completo predispuesto a disfrutar. Su mundo particular fluía en su mesa protegido cariñosamente por Dioniso, el dios del vino. En el exterior, las horas pasaban y el cielo crepuscular engullía los dedos ensangrentados del ocaso de la jornada mientras las sombras de la noche salían a pasear por las calles de la ciudad.

La estupidez a domicilio

Los medios de comunicación son víctimas del pensamiento único políticamente correcto que se impone como norma moral. El pobre entrevistador belga del video que muestro a continuación es un claro ejemplo. No se sabe porqué, al pobre le toca entrevistar un día al escritor Charles Bukowski. Y se le ve el plumero con las preguntas que hace, acusando a Bukowski de tratar a las mujeres como simples objetos sexuales, a lo qué él responde:

-Tío, ¿te has leído el libro?

o

-¿De dónde sacas esta mierda?

o

-Estás realmente jodido…

Mujeres: me gustaban los colores se sus ropas, su manera de andar, la crueldad de algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara, total y encantadoramente femenina. Estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mientras los hombres veían el fútbol o bebían cerveza o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importaba, hicieran lo que hicieran, acabábamos locos y solos.

Extracto de Mujeres, de Charles Bukowski, capítulo 94.

Mi primera novela: Negro Sobre Negro

En un futuro no muy lejano, la crisis mundial de la deuda aumenta sus implicaciones en la sociedad del s. XXI. Pero no todo el mundo sufre sus consecuencias. Las organizaciones mafiosas luchan por el control tanto en los barrios, como por lo que queda de la política en el área metropolitana de Barcelona, y en todo el globo…

Esta es la introducción de mi primera novela, una historia de mafias, corrupción, espionaje y amor en un mundo sumido en la crisis económica…

Capítulo 1

Las cuatro fichas de color negro que su amigo Charlie había puesto sobre sobre la mesa retumbaban en su cabeza. Negras de diez euros cada una. Diez por cuatro que hacen cuarenta. Cuarenta euros para ver sus cartas. Sobre la mesa había un diez, una jota y una qu, todo del mismo palo, picas. John tenía un full house de diez y qus, dos qus en sus manos que ligaba con con el diez de corazones que también se encontraba encima de la mesa. Si Charlie llevaba en sus manos el as y la ka de picas, lo perdía todo; escalera real. Reventaba la mano, y la partida también. Si Charlie tenía el as y la ka de otro palo, era algo suficientemente bueno como para hacer una apuesta alta, pero no para superarlo, pensaba John, pues el full gana a una escalera normal. En este caso reventaba él, y compensaba lo que había perdido antes. No. No puedo pensar en las partidas anteriores, reflexionó John. No puedo dejarme llevar por el deseo de venganza, porque normalmente gana él. Cada mano es única, y ésta la tengo que estudiar objetivamente en sí misma. Sus gestos, la manera en que dejaba las fichas sobre la mesa, la mirada… era audaz y confiada, ¿o por contra le costaba mirar a los ojos? Simulaba timidez, ¿o era fruto de su inseguridad? Una timidez forzada se puede puede percibir por unos movimientos más amplios y seguros, aunque esquive la mirada. Si es forzada es que quiere que me lance. Entonces tiene la real. O tiene una escalera simple pero cree que me gana, claro. Yo he procurado de no mostrar que tenia las qus en mano. Si lo he hecho bien y él está simulando, puede ser que tenga una cosa u otra. Si lo he hecho mal es que tiene la real. El tiempo pasa, y él está simulando inseguridad. Esto no es un farol. Aunque creo que tiene la escalera normal. Mi mirada penetrante y mi sonrisa le están poniendo nervioso de verdad. Está recordando ahora, que hay cosas más buenas que una simple escalera. Voy. Igualo la apuesta. Cuatro fichas negras más encima de la mesa. John las coloca una a una suavemente, mientras sonríe a su amigo Charlie, que cuando se ha igualado la apuesta se precipita mostrando sus cartas en un grito.
—¡Escalera! —John veía como la pupila de Charlie se iba haciendo pequeña ante su sonrisa burlona. Ahora lo estaba entendiendo… pero ya era demasiado tarde.
—¡Full!
—¡Mierda!
Charlie se levantó bruscamente de la silla liberando su rabia en toda la estancia, cortando la nube de tabaco que había emponzoñado su pésima mano.
—¡Mierda! ¡Lo sabía! ¡Qué cabrón! ¡Me saca un full!
—¡Sí! —John tampoco escondió su emoción contenida y chilló apretando el puño, lanzando la silla hacia atrás que caía estruendosamente por el golpe que le había dado al levantarse.
—¡Toma ya! Te lo debía. ¡Yiiiihaaa! ¡Te lo debía! ¡Tienes siempre una potra que no te la aguantas! Con esto recupero lo que me has ganado durante la última semana…
En el otro lado de la mesa, Charlie sostenía su cabeza deprimida con una mano.
—¿Unos Whiskys? —Ofreció Ivan, que disfrutaba de lo lindo observando la partida desde el exterior. Él, Marc y Enric habían gozado de aquella mano de la que se habían descabalgado en el inicio. Ahora reían mientras intentaban reconfortar al derrotado Charlie con palmaditas en su espalda. Era un jueves por la noche, y estaban en el piso que compartían tres viejos amigos en las afueras de Sant Climent del Llobregat; el cinturón industrial de Barcelona. Era difícil independizarse a los veinte años, pero ellos compartían piso y alternaban como podían sus estudios con el trabajo para poder pagar aquel alquiler, el campo base de su libertad.

 

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