La hurtadora de almas

Tomi nos inició a los juegos de rol con El Señor de los Anillos. Las horas del mediodía en colegio passaban rápido haciendo las fichas de los personajes. El master te guiaba en el proceso de creación de tu personaje, y tú lo ibas amoldando según tu criterio. A mí me gustaba ser mago: ser capaz de dominar las fuerzas misteriosas de la naturaleza a mi elección. Todos nos compramos un juego distinto para turnarnos en la tarea de master. Yo me compré Rune Quest, también de fantasía, Noel Pendragón, ambientado en la leyenda del Rey Arturo, Marc se compró Paranoia, un juego futurista en donde utilizas clones de ti mismo, y Xavi se compró Stormbringer, ambientado en leyendas paganas, en el multiverso creado por el escritor Michael Moorcock.
—¿Ya te has leído el libro? —preguntó Tomi decepcionado a Xavi.
—No, pero me he leído El Señor de los Anillos.
—Y a mí qué, que te hayas leído El Señor de los Anillos. ¡Si no te lees tu juego de rol no podremos jugar a Stormbringer! —Atronó Tomi con inquietud.
—Me lo puedo empezar a leer yo —comenté—. ¿Me lo dejas, Xavi?
—Vale. Mañana lo traigo.

Empezé a leer, y ante mi asombro descubrí que en el multiverso de Stormbringer no existía la separación entre el bien y el mal, sino tan solo la lucha entre el orden y el caos. Una lucha que ninguno de los dos podía ganar, pues significaría la destrucción de todos los planos de existencia. La base filosófica subyacente consistía en mantener el equilibrio entre las dos fuerzas.

¿Cómo podía ser esto? Yo me había leído El Señor de los Anillos, y como todo el mundo sabe, trata de la lucha agónica para derrotar las fuerzas del mal, representado en el fantasma maligno de Sauron. En aquellas leyendas paganas de Stormbringer no interesaba aquella lucha, sino que se prefería un equilibrio saludable. ¿Por qué? Es mejor luchar y derrotar al mal, ¿no? ¡Esta es la historia normal de cualquier película! ¿Cómo podía ser que la base de aquel juego fuese una especie de pacto o equilibrio pacífico con el mal?

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Michael Moorcock, The Stealer of Souls:

Se detuvieron para tomar un pequeño descanso, mientras Elric escogía de entre las muestras que había recolectado de árboles y plantas. Cuidadosamente las guardó en la bolsa de su cinturón, pero no dijo nada del porqué a Moonglum.
—Ven —dijo—. Los misterios de Troos nos aguardan.
Pero entonces, una nueva voz, de mujer, dijo suavemente desde la bruma:
—Guardaros de la excursión para otro día, desconocidos.
Elric sujetó las riendas de su caballo, una mano en la empuñadura de Stormbringer. La voz había ejercido un efecto inusual en él. Había sido débil, profunda, y por un momento incrementó los latidos en su garganta. Sin razón aparente, sintió que afrontaba uno de los caminos del destino, pero hacia dónde el camino lo llevaba, no lo sabía. Rápidamente, controló su mente y luego su cuerpo, y observó a través de las sombras desde donde la voz había llegado.
—Es muy amable de ofrecernos consejo, señora —dijo firmemente—. Venga, muéstrese y denos una explicación…
Ella cabalgó entonces, muy lentamente, en una montura negra que trotaba con una fuerza que a duras penas ella podía contener. Moonglum dibujó un bufido apreciativo, pues aún con pose desafiante, ella era increíblemente bella. Su rostro y vestimenta eran patricios, sus ojos eran grises-verdes, combinando enigma e inocencia. Ella era muy joven. Por su obvia feminidad y belleza, Moonglum le echó diecisiete o pocos años más.
Elric la miró con un rostro de preocupación:
—¿Cabalgas sola?
—Por el momento sí —ella contestó, intentando esconder su sorpresa ante el color del albino—. Necesito ayuda, protección. Hombres que me escolten hasta Karlaak. Allí, serán pagados.
—¿Karlaak, por la Llanura Lacrimosa? Está al otro extremo de Ilmiora, a cien leguas y a una semana viajando velozmente. —Elric no esperó la réplica a su juicio. —No somos jornaleros, señora.
—Entonces estáis ligados a los juramentos de la caballería, señor, y no podéis declinar mi requerimiento.
Elric rió escuetamente.
—¿Caballería, señora? Nosotros no venimos de las jóvenes naciones sureñas con sus extraños códigos y leyes de comportamiento. Nosotros somos nobles de antiguo linaje cuyas acciones son gobernadas por nuestros propios deseos. No pediría tal y como lo hace, si supiera nuestros nombres.
Ella mojó enteramente sus labios con la lengua y dijo tímidamente:
—¿Usted es…?
—Elric de Melniboné, señora, llamado Matamujeres en el Oeste, y éste es Moonglum de Elwher; vacío de cualquier conciencia moral.
Ella dijo:
—Hay leyendas… el saqueador de rostro blanco, el brujo infernal con una empuñadura que bebe las almas de los hombres…
—Sí, esto es cierto. Y aunque se hayan magnificado con el uso, no pueden desvirtuar, estas historias, las oscuras verdades que residen en su origen. Ahora, señora, ¿todavía requiere nuestra ayuda? —La voz de Elric era gentil, sin amenazas, al percatarse él de que ella estaba aterrada, aún así pudiendo controlar los signos que delataban el miedo, y sus labios permanecían prietos con determinación.
—No tengo opción. Estoy a su disposición. Mi padre, el senador de Karlaak, es un hombre muy rico. Karlaak es conocido como La Ciudad de las Torres de Jade, como sabrás, y sus preciados jades y ámbares que poseemos. Muchos podrían ser vuestros.
—Vaya con cuidado, señora, no sea que me enfade —avisó Elric, a pesar de que los ojos de Moonglum se iluminaron de avaricia—. No somos camorristas que esperan a ser contratados. A pesar de todo —él sonrió con desdén— Soy de la caída Imrryr, La Ciudad Soñadora, de la Isla del Dragón, origen del Antiguo Melniboné, y yo sé qué es de verdad, la belleza. Tus baratijas no pueden tentar a uno que ha admirado el Corazón Lechoso de Arioch, la cegadora iridiscencia que emana del Trono de Rubíes, de los lánguidos e innarrables colores en la Piedra Actoria del Anillo de Reyes. Éstas son más que joyas, señora. Contienen la esencia de la vida en el Universo.
—Pido perdón, señor Elric, y a ti, señor Moonglum.
Elric rió, casi con simpatía.
—Somos jugadores siniestros, señora, pero los Dioses de la Suerte ayudaron en nuestra huída de Nadsokor y les debemos un favor. La escoltaremos hasta Karlaak, La Ciudad de las Torres de Jade, y exploraremos el bosque en otro momento.
Ella dio las gracias conteniendo la mirada.
—Y ahora que nosotros nos hemos presentado —dijo Elric—, quizás sería usted tan cordial como para decir su nombre y contarnos su historia.
—Soy Zarzonia de Karlaak, hija de Voashon, el clan más poderoso en el Sud-Este de Ilmiora. Tenemos parientes en las ciudades mercantes de las costas de Pikarayd y fui con mis dos primos y mi tío a visitarlos.
—Un viaje peligroso, Lady Zarzonia.
—Sí, y no tan solo se encuentran peligros naturales, señor. Hace dos semanas nos despedimos y empezamos el viaje de vuelta a nuestras casas. Cruzamos a salvo los Estrechos de Vilmir y allí contratamos hombres armados, formando una fuerte caravana para dirigirnos hacia Ilmiora. Evitamos Nadsokor, pues escuchamos que la Ciudad de los Mendigos no es hospitalaria a los viajeros honestos…
Aquí, Elric sonrió.
—Y a veces tampoco a los viajeros deshonestos, tal y como lo comprobamos.
Otra vez, la expresión en el rostro de ella mostraba cierta dificultad en encajar el obvio buen humor de Elric con su maligna reputación.
—Habiendo bordeado Nadsokor —continuó ella—. Llegamos a este camino y alcanzamos los bordes de Org, en donde evidentemente, reside Troos. Viajamos con mucha prudencia, sabiendo de la oscura reputación de Org, a través de los márgenes del bosque. Entonces fuimos emboscados y nuestros hombres armados desertaron.
—¿Emboscados, eh? —Interrumpió Moonglum—. ¿Por quién, señora, lo sabe?
—Por su mal aspecto parecían nativos. Cayeron sobre la caravana y mi tío y primos lucharon valientemente, pero fueron asesinados. Uno de mis primos golpeó la grupa de mi caballo y lo envió galopando de manera que yo no pudiera controlarlo. Oí… chillidos terribles, risas locas, y cuando al fin pude detener mi caballo, estaba perdida. Luego oí que ustedes se acercaban y esperé con miedo a que pasaran, pensando que también eran de Org, pero al oír sus acentos y su manera de hablar, pensé que quizás me ayudarían.
—Y debemos ayudarla, señora —dijo Moonglum realizando una galante reverencia desde la silla—. Y estoy en deuda con usted por convencer a Lord Elric aquí de sus requerimientos. Pero desde luego debemos encontrarnos en lo profundo de este asqueroso bosque, y experimentaremos extraños terrores, no tengo dudas. Yo ofrezco mi dolor por sus parientes muertos y le aseguro que será protegida desde este momento por más que dos espadas y dos intrépidos corazones, pues podemos invocar conjuros también si fuese necesario.
—Esperemos no necesitarlos —frunció Elric—. Hablas alegremente de la hechicería, amigo Moonglum. Tú, que odias el arte.
Moonglum sonrió abiertamente.
—Estaba consolando a la joven doncella, Elric. Y ya he tenido ocasión de agradecer tus horribles poderes, lo admito. Ahora sugiero que montemos un campamento para pasar la noche y así estaremos frescos al despuntar el alba.
—Estoy de acuerdo en esto —dijo Elric, observando casi con vergüenza a la chica. Otra vez sintió el pulso en su garganta, y esta vez encontró mayor dificultad en controlarlo.
La chica también parecía fascinada por el albino. Había una atracción entre los dos que podría ser suficientemente grande como para echar sus destinos salvajemente en direcciones distintas a las que cualquiera de los dos podría haber imaginado. La noche llegó rápidamente, pues los días eran cortos en aquellas latitudes. Mientras Moonglum encendía el fuego, observando nerviosamente a su alrededor, Zarozinja, su brillante y abundantemente brodado vestido de oro resplandeciendo con el reflejo del fuego, caminó grácilmente hacia donde Elric yacía ordenando las hierbas que acababa de recolectar. Ella lo miró cautamente, y al darse cuenta que él estaba absorto en su tarea, lo escrutó con aire de curiosidad. Él levantó la vista y sonrió vagamente, sus ojos por primera vez desprotegidos, su extraño rostro franco y agradable.
—Algunas de éstas son hierbas curativas —dijo— otras se usan para invocar espíritus. Algunas de ellas traen una fuerza sobrenatural a quien las toma y otras vuelven locos a los hombres. Me serán útiles.
Ella se sentó a su lado, sus manos con finos dedos empujando hacia atrás su negra cabellera. Sus pequeños pechos subieron y bajaron rápidamente.
—¿Eres de verdad el terrible portador de maldad de las leyendas, Lord Elric? Me cuesta creerlo.
—He traído la maldad a muchos lugares —dijo él—. Pero normalmente allí ya existía maldad que igualaba la mía. No busco excusas, pues sé qué soy, y sé lo que he hice. He matado hechiceros malignos y destruido a opresores, pero también soy responsable de asesinar hombres inocentes y una mujer, mi prima, a quien amaba, la maté. O mi espada lo hizo.
—¿Y eres dueño de tu espada?
—A menudo me lo pregunto. Sin ella estoy desamparado. —Él colocó su mano alrededor de la empuñadura de Stormbringer—. Debería de estar agradecido a ella. —Otra vez sus ojos rojos parecieron tornarse profundos, protegiendo alguna amarga emoción enraizada en el centro de su alma.
—Lo siento si te hecho revivir desagradables recuerdos.
—No lo sientas, Lady Zarozinia. El dolor lo llevo conmigo. No fuiste tú quien lo colocó allí. De hecho, diría que lo aligeras enormemente con tu presencia.
A medias sobresaltada, ella lo miró y sonrió.
—No soy una fresca, señor, pero…
Él se levantó rápidamente.
—Moonglum, ¿está bien el fuego?
—Sí, Elric. Aguantará toda la noche. —Moonglum inclinó la cabeza hacia un lado. No era habitual en Elric hacer preguntas banales, pero Elric no dijo nada más, así que se encogió de hombros y se volvió para acechar el otro lado.
Al no encontrar nada más que decir, Elric se giró y dijo tranquilamente, urgentemente:
—Soy un asesino y un ladrón, no soy para…
—Lord Elric, yo soy…
—Estás encaprichada por una leyenda, esto es todo.
—¡No! Si sientes lo que yo siento, entonces sabrás que es algo más.
—Eres joven.
—Soy suficientemente mayor.
—Ten cuidado. He de alcanzar mi destino.
—¿Tu destino?
—No es destino para nada, tan solo una cosa horrible llamada maldición. Y no tengo compasión excepto cuando veo algo en mi propia alma. Entonces tengo compasión, y me compadezco. Pero odio mirar y esto es parte de este destino amargo que me gobierna. No es el Hado, no son las Estrellas, tampoco los Hombres ni los Demonios, ni los Dioses. Mírame, Zarozinia. Es Elric, pobre blanco elegido como juguete por los Dioses del Tiempo. Elric de Melniboné, quien causa su propia y lenta destrucción.
—¡Esto es suicidio!
—Sí. Camino hacia una muerte lenta. Y aquellos que me acompañan sufren también.
—Hablas falsamente, Lord Elric. Desde la culpabilidad y la locura.
—Porque soy culpable, señorita.
—¿Y el señor Moonglum también está condenado a tu espantoso destino?
—Él no es como los demás. Él es indestructible en su propia confianza.
—Yo también confío en mí misma, Lord Elric.
—Pero tu confianza es la de la juventud. Es distinta.
—¿Tengo que perderla entonces, junto a mi juventud?
—Eres fuerte. Eres como nosotros. Esto te lo garantizo.
Ella extendió sus brazos abiertos.
—Entonces reconcíliate, Elric de Melniboné.
Y él lo fue. Se apoderó de ella, besándola con una necesidad más profunda que la de la pasión. Por primera vez, Cymoril de Imrryr fue olvidada mientras yacían los dos sobre la suave turba, sin tener en cuenta a Moonglum, quien afilaba su espada curva con una lasciva celosía.
Durmieron todos y el fuego se desvaneció.

 

Publicado el 01/10/2014 en Uncategorized. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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