Judo
Yo seguía haciendo Judo, aunque en mi pueblo no se valorasen ya las artes marciales. Era un pueblo de sociedad media-alta en la periferia de Barcelona, una zona residencial de gente acomodada que tenía las necesidades básicas bien cubiertas. Eduard, tenía tan solo 13 años, y era del pueblo de al lado. Cuando entrábamos en el tatami, mientras los otros adolescentes hablaban, él pegaba patadas en el saco de boxeo. Cuando tocaba hacer combates, todos se escudaban:
-No, es que tengo asma, y no puedo seguir.
-No, es que hoy me duele la muñeca.
Pero Eduard siempre estaba dispuesto para entrenar. Yo le doblaba en peso, y en técnica. Pero él luchaba, y aprovechaba su ligereza para moverse con rapidez, rompiendo mis iniciativas. Siguiendo las máximas del creador del Judo, yo sabía que no debía aprovechar mi superior fuerza para derribar a Eduard. Aquella era para mí una oportunidad de oro para entrenar la velocidad. Recuerdo que un día había leído que los niños, al nacer, tienen la glándula pineal, el sexto sentido, muy desarrollada y que al crecer, ésta va reduciéndose en tamaño. No se que pasaba, pero Eduard era tan rápido que parecía leer mis intenciones. Cuando me decidía a realizar una técnica, con tan solo pensarlo, él ya se ponía a la defensiva, y dificultaba enormemente su realización. Entonces aprendí a engañar con la mente. A no tener ningún pensamiento activo. A mantener la mente en blanco hasta que yo viera una situación propicia para entrar, al mismo tiempo que la pensaba. Aquella era la única manera de derrotar a Eduard sin el uso de mi superior fuerza. Aquel chaval de 13 años me enseñó muchas cosas. Pero como dije, era del pueblo de al lado, y resultó ser que sus padres se quedaron en el paro, y ya no podían pagar la cuota del gimnasio. Ahora tenía que seguir entrenando en mi pueblo con chavales que se quejaban porqué su mamá les decía que tenían asma y no podían hacer esfuerzos, o con otros que tenían miedo de caer en el tatami, o con otros a los que les faltaba aquel punto de rabia que hacía de Eduard a un posible judoca.
Publicado el 02/05/2013 en Relatos. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.
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