Una pequeña empresa familiar

Yo tenía claro que quería crear una empresa, pero no tenía dinero. Había terminado la carrera de Ingeniero Técnico mientras trabajaba a tiempo parcial de lo que encontraba que me permitiese cierta flexibilidad horaria, y así poder tener tiempo de estudiar cuando lo requería la ocasión. Después de obtener algo de experiencia en alguna empresa de instalaciones industriales, yo todo ingenuo fui al banco a explicarles mi proyecto. Pero me dijeron de forma muy amable que no les interesaba. Por aquel entonces, España se encontraba de lleno en el boom inmobiliario y preferían dar hipotecas. Los banqueros preferían invertir su dinero en casas que en jóvenes emprendedores con nuevas ideas y creatividad.

Ante la negativa del sector financiero a mi proyecto personal, decidí enfocar mis esfuerzos en algo que se me daba bien. Formarme, para tener unos conocimientos, un valor añadido a mi trabajo que me hiciesen destacar y ganar algo de estabilidad y autonomía personal, aunque tuviese que seguir trabajando a cuenta de otros. Nunca se sabía. Con el tiempo quizás también vería la oportunidad de establecerme por mi cuenta. Me hice Programador Industrial, completando los conocimientos teóricos de la carrera con unos cursos a distancia en aplicaciones prácticas, junto con unos pinitos en  empresas privadas del sector.

Y entonces llegó el momento que tanto esperaba, y conseguí por fin un trabajo bien remunerado como Ingeniero-Programador en una pequeña empresa familiar de Terrassa, la cuna del sector textil español. Aquel puesto ya me daba la suficiente estabilidad como para ir a vivir solo en un piso. Dejé la habitación que compartía con mis amigos, y me fui a vivir en el pueblo de al lado, Rubi. Eligí Rubi, pues allí los precios eran mas baratos, y además estaba más cerca del trabajo que ahora tenía en Terrassa.

La empresa la había creado un señor proveniente de Aragón en los años ochenta, en plena efervescencia del sector textil. La empresa hacía la parte eléctrica y de programación de las máquinas. Aquella empresa ya había pasado, antes de que entrase yo, por la crisis de los noventa y por la deslocalización del textil catalán por causa de la llamada globalización y la insuperable competencia China, que inundaba los puertos de Europa con oleadas de ropa a precios irrisorios. Esto arruinó al sector textil europeo, que se tuvo que adaptar a los nuevos tiempos únicamente creando diseño y vendiendo una marca, produciendo más barato en los países en vía de desarrollo a base del semiesclavaje de sus trabajadores, consentido por gobiernos Comunistas. Unos Gobiernos que usaban políticas monetarias laxas destinadas a hundir el sector productivo en los países desarrollados anclando a un valor por debajo del real al yuan Chino respecto del dólar estadounidense. Éstas dos  políticas causaron el seísmo que provocaría el tsunami que anegó a los antiguos productores del viejo continente, e incluso del nuevo. Las políticas de los chinos favorecían sus exportaciones, y al mismo tiempo desestabilizan las balanzas comerciales del primer mundo.

Pues como iba diciendo, la pequeña empresa familiar en la que caí había podido superar la caída del sector textil en Terrassa, y ahora yo me dedicaba a diseñar los cerebros de extrusionadoras de plástico y túneles de criogenización de alimentos entre otros. Recuerdo que la hija del jefe, Helena, me atraía bastante. Era de la misma edad que yo, y su padre le había ido dando paulatinamente más responsabilidad en la empresa. Recuerdo tardes en las que yo estaba probando los cuadros eléctricos con el jefe, y ella se quedaba mirando como una niña tímida en la escalera. Me gustaba. Y mis fantasías enseguida empezaron a volar. Yo sabía que yo le caía bien a su padre. Aquella era una oportunidad para dar un salto, el Golpe o braguetazo, como se dice coloquialmente. Pasar por encima de mi superior, el jefe de Oficina Técnica, y también del prepotente jefe de Taller, que usaba su avanzada edad para imponer al primero sus criterios, aunque aquellos no se correspondiesen con razones lógicas ni de eficiencia. Mi mente volaba con esas ideas cada día, mientras al coincidir con ella a solas, me aproximaba cariñosamente entre sonrisas medio contenidas.

Pero por desgracia para ambos, en el escenario económico-político internacional las cosas habían evolucionado ya bastante desde las deslocalizaciones, y los gobiernos del primer mundo habían encontrado la panacea imprimiendo dinero y manteniendo la economía a base de crédito.

La crisis de la deuda empezó en el año 2007 con las hipotecas subprime golpeando con fuerza al sector inmobiliario del primer mundo. Yo pensé que no me afectaría, pues estaba en un sector industrial que nada tenía que ver con la construcción de viviendas. Pero no por última vez, me equivocaba. Más de una década de crédito fácil y barato habían acomodado y adormecido a todos los sectores económicos del país. Antes de intentar ajustar las cuentas de las empresas con mejoras estructurales y organizativas, cambios estratégicos o apostar por nuevas ideas, ¿Quién no se sentía tentado de ir al banco y simplemente, pedir otro crédito? Mi empresa ya era adicta a esta droga. Aún poseyendo trabajo y clientes, cuando se agotó la botella de suero que inyectaba crédito por la vena a las empresas, la dependencia ya era fuerte. Y se acabó de golpe sin apenas dar tiempo de reacción a los pobres pequeños empresarios, que ya no veían ni siquiera desde que lado les llegaban las impietosas bofetadas.

Al cabo de un año de haber entrado yo, la empresa de pronto se vio incapaz de pagar nuestras nóminas, y estuvimos tres meses de visitas a bufetes de abogados sin ver ni un duro. Antes del cataclismo pero, la dirección de la pequeña empresa hizo un cambio de rumbo con la intención de amarrar el buque. El jefe, que se veía desbordado por la situación, se retiró definitivamente del puesto, y cedió su lugar a su hermano, que llevaba una fábrica de cartones. Pero aquel era un sector que evidentemente, no tenía absolutamente nada que ver con el nuestro. La ignorancia de ese hombre terminó de hundir la empresa. Helena, que se suponía que tenía que ocupar el cargo de directora, quedó totalmente anulada por el carácter duro de su tío. En el momento de formalizar el cambio en la dirección, nos hicieron una charla, donde entre otras cosas nos dijeron:

-Estamos en problemas, y vamos a hacer algunos cambios en la empresa. Hablaremos con cada uno de los trabajadores, y le pediremos su opinión sobre el trabajo, cosas que piensa que se pueden mejorar en cuanto a la organización, y entre todos saldremos de esta.

Nunca hablaron con ninguno de los trabajadores. Es más, Helena, que antes era afable, cariñosa, comprensiva y dialogante, se transformó en un hombre rígido, castigador y autoritario. Dejó, por tristeza nuestra de los trabajadores, de hacer funcionar su hemisferio derecho cerebral, el femenino. Supongo que el miedo pudo con ella, y simplemente se dedicó a hacer de mediador entre su autoritario tío y nosotros, siendo el brazo ejecutor de una política que era simplemente, inadecuada en nuestro sector empresarial.

La empresa cerró, y yo no supe nada más de Helena. Al cabo de unos meses fue cuando empecé a trabajar en una gran Corporación Internacional, que misteriosamente y ante mi asombro, no sólo no tenía ningún problema con el crédito, sino que a golpe de maletines llenos de dólares iba adquiriendo empresas menores de su sector, creando así un monopolio de facto.

Pero esta es ya otra historia…

Publicado el 09/05/2013 en Economía, Historia, Política, Relatos y etiquetado en , . Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.

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